Historia

El Liceo de Valdivia: una llama que se enciende en la periferia de la República de Chile

Autor: Mg. Juan Pablo Gerter Urrutia – Profesor de Historia del LARR

 

 

     El siguiente texto es una lectura de los primeros años de vida del Liceo. Una revisión que mira la construcción histórica del LARR desde una perspectiva cultural, donde se observan aquellos procesos, que articularon tanto el sentido de la institución en la comunidad local, como su desarrollo institucional. Es una lectura que releva el rol clave que tuvo la primera institución secundaria pública de la zona austral de Chile. Revisa los pasos dados para convertirse en la institución de referencia del desarrollo del conocimiento en la ciudad, y es una invitación a leer nuestra educación pública con la importancia que ha tenido para la formación del país.

El Liceo de Valdivia se funda a mediados de la República Conservadora en el año 1845, bajo el gobierno de Manuel Bulnes (1841-1851). Su fundación, es parte de los objetivos que el gobierno se había trazado para iniciar el proceso de consolidación de la República. Así, el gobierno comienza por crear ciertas instituciones, para cuantificar y caracterizar a los chilenos, e iniciar un proceso de delimitación y reconocimiento del territorio nacional. De esta forma se crea la Oficina Nacional de Estadística en 1843. Un año más tarde, en 1844, se promulga la ley de Régimen Interior,  con el fin de organizar el territorio en provincias, y centralizar el poder en la figura del intendente, agente directo de Santiago. Y por último, se inicia la ocupación de las tierras del sur de Chile, proyecto que pretendía extender los brazos del Estado a donde este no había llegado. En esa línea, la educación representa los esfuerzos de insertar a Chile en los moldes culturales del “progreso” y la “razón”, y dotar de sentido el proceso de desarrollo que experimentaba el país. La llegada de intelectuales y científicos extranjeros como Andrés Bello, Rudolfo Phillipi, y Guillermo Frick, aporta a la edificación de nuestras instituciones educacionales, así como a la caracterización de nuestro territorio, flora y fauna, y entrega los sustentos intelectuales  y metodológicos para tales fines. Es también, el inicio de una narrativa de educación pública republicana.

     En el caso de Valdivia, la colonización alemana articuló una serie de condiciones que hicieron que los objetivos que se puso el Estado en la región tuvieran una respuesta rápida, dándole a la localidad un estado muy diferente al de los alicaídos años anteriores, y un dinamismo en donde el Liceo funcionó como vinculo no sólo con Santiago, sino con los alemanes llegados a la ciudad.

     Así, el Liceo de Valdivia, Colegio Literario, o Liceo Literario, como es llamado en la fuentes, es creado el 24 de mayo de 1845 a través del decreto firmado por el presidente Manuel Bulnes y su ministro de Justicia, Culto e Instrucción Publica Antonio Varas, establece que:

He acordado y decreto: 1°. Asignase para el fomento de la instrucción pública en la ciudad de Valdivia seiscientos pesos anuales. 2° El Intendente de la provincia invertirá esta cantidad en plantear en aquella ciudad la enseñanza de la gramática castellana, geografía, historia y elementos de los primeros ramos de matemáticas. 3° Los individuos que hayan de dar esta enseñanza serán nombrados por ahora por el citado Intendente. 4° En el presente año se deducirá la cantidad que corresponda, de la partida de veintitrés del presupuesto del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública y se abonará por la Tesorería principal de Valdivia. Refréndese, tómese razón y comuníquese. Fdo. Bulnes, Antonio Varas”(Ministerio de Instrucción. Copiador de decretos, tomo 2. Años 1842-1845, Fojas 285, mayo 24. En: Aracena. R. , Cien años de Vida: Monografía del Liceo de Hombres de Valdivia con motivo de su Centenario, 1845 -1945.([Valdivia: Imprenta Moderna, 1945]).

    El decreto se sostiene en el Plan de Estudios Humanistas de 1843 (PEH), voluntad del Estado por tener una educación secundaria que forme a la clase dirigente no sólo de Santiago, sino del resto del país. Es un decreto pensado para el Instituto Nacional, con el fin de educar para “la instrucción elemental o preparatoria de las profesiones científicas” (Cruz, N. El Surgimiento de la Educación Secundaria Pública en Chile. 1843-1876: El Plan de Estudios Humanistas [Santiago: Ediciones Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2002] p.71), que, hasta ese entonces, se impartían en el mismo Instituto antes de que la Universidad de Chile comenzara a funcionar. Así, la propuesta para el Liceo de Valdivia, establece una formación de cuatro años y no de seis, como el PEH establece. El Latín, que era la piedra angular de la propuesta del Gobierno, es relegado de facto de la matriz curricular local, pero no nominalmente.

     Por tanto el Liceo era una escuela superior. Con pocos recursos aportados desde el Estado, una suscripción que impulsó el Intendente de la provincia de Valdivia, Salvador Sanfuentes, permitió la entrada de algún dinero extra para los gastos básicos. Con ello, se instala el 19 de septiembre de 1845, y funciona por primera vez en una casa arrendada  en calle Caupolicán esquina Carampangue. 

     Así, el programa de estudios que se crea para el Liceo, expresa un complejo diálogo entre periferia y centro. Su construcción, representa un esfuerzo por adaptar a las condiciones locales los objetivos del Estado.  En razón de lo anterior, el latín queda a criterio del Rector si conveniente impartirlo, lo que supone, que su enseñanza era inviable, ya que no existía profesorado para ello, y no había interés en que este sea enseñando. Esto se manifiesta en la colección de libros de la biblioteca del Liceo, la que tuvo sólo un texto de latín durante el siglo XIX.

     En un decreto promulgado el 13 de marzo de 1843, que complementa el PEH, se crea un programa para quienes quieran “seguir la carrera de agrimensores y encaminarse a los estudios superiores de esta materia”( Cruz, N. El Surgimiento de la Educación Secundaria Pública en Chile. p. 73). Propone la asignatura de matemáticas para todos los años y una división que considera los cuatro primeros años, para las materias consideradas elementales, y los dos siguientes, para asignaturas superiores.

     Con cuatro años de estudios, los egresados del Liceo no pueden ser Bachiller en Humanidades.  Pero la enseñanza de la aritmética, y su aplicación a la “mensura de terrenos y levantamiento de planos”, estaba probablemente relacionada con que los futuros egresado del Liceo, pudiesen caracterizar un terreno poco explorado, y proyectar la preparación de los futuros agrimensores del territorio local. Las demás asignaturas, en el papel, se correspondían a los objetivos esenciales del PEH, para de esta forma, educar a los líderes locales con una sólida base los clásicos latinos, como estaba dispuesto desde Santiago.

     Por tanto, el PEH del Liceo de Valdivia es una propuesta que deliberadamente no considera las adversas condiciones de la ciudad. Una medida que obliga a las elites locales a pensar cómo cumplir con lo decretado en Santiago, y que su instrucción, se acomode a una formación inspirada en los modelos clásicos que permitan la construcción ciudadanos virtuosos.

     El 30 de octubre de 1845 se crea el primer reglamento del Liceo, que con varias modificaciones, destaca por su vigencia hasta 1890. Concebido por la intendencia, denota que la constitución de la vida interna del Liceo se articula en función de la experiencia del IN. Sitúa al director, como responsable administrativa y pedagógicamente del reciento, debiendo velar por “el buen desempeño de sus empleados, [y] ejercer sobre los alumnos una inspección general, tratando de inculcarles sanos principios de moral, y difundirles amor al estudio” (Aracena, R. Cien años de Vida, p. 18.). Ello hace pensar que el Estado lo hace responsable porque la comunidad escolar se desarrolle acorde a la prescripción moral que la República exige. Así, sus funciones comienzan por llevar el registro en tres libros de, en primer lugar, los datos de los estudiantes, como nombre y lugar donde viven. En segundo término, el otro libro debía contener información relativa al desarrollo y resultado de los exámenes. Y en el último, las “comunicaciones oficiales que pasaren” por el recinto. Lo anterior hace suponer que el director, además de ser una agente que a encarne los valores del proyecto republicano, debía ser también el “censor” de la vida interna de la comunidad escolar. Representa por tanto, la identidad y aspiración del país para con el Liceo. Es así que su elección, pasa por interpretar de ella, qué es lo que el gobierno central intenciona para el Liceo, y la comunidad local.

     Este reglamento también contiene algunos aspectos del desarrollo interno del Liceo que merecen ser revisados tanto por su peculiaridad, como también, por prácticas que hasta el presente se mantienen vigentes.

     Partamos por señalar algo básico pero fundamental. Un rasgo que constituye a la escuela es la función docente. Cumplir con lo prescrito en el currículum y vigilar la conducta de los estudiantes es parte de aquellas regularidades en el oficio magisterial que no han sufrido muchos cambios hasta hoy. Así es el caso de una práctica estipulada en el reglamento del Liceo y que parece interesante de mencionar. El profesor, debía de dar aviso al director diariamente de quienes no asistan al Colegio y quienes no cumplan con la normativa, además de anotar esa información en un cuaderno las faltas. Esta disposición quizás se deba a los escasos recursos con que comenzó a funcionar el Liceo. Si bien parece un dato anecdótico, lo interesante está en que a pesar de que la práctica en sí hoy sea diferente, los sentidos del trabajo docente mantienen el misma lógica que en los albores del sistema escolar chileno.

     Por otro lado, una figura interesante pedagógicamente y que aparece en el reglamento, es la del “Pasante”.  Un estudiante elegido por los profesores y el director cada cuatro meses, que destaca por “conducta, aplicación y aprovechamiento”, y debe apoyar “amigablemente” a sus compañeros en el estudio, junto con ser vigilante de su conducta e informa al rector en caso de que esta no sea cumplida.

     Pero de todas estas disposiciones hay una que llama poderosamente la atención y tiene que ver con el ejercicio de la Inspectoría General. Siendo esta tradicionalmente ocupada por un profesor o grupo de profesores, con el fin de asegurar el cumplimiento de la normativa interna y el desarrollo actitudinal de los estudiantes acorde al proyecto educativo de cada institución escolar, y así, asegurar la manutención de la tranquilidad en el Liceo, su ejercicio era directamente realizada por un estudiante, bajo la supervisión del rector. De hecho, el “Inspector”, era un estudiante elegido por el rector a partir de una terna propuesta por los profesores.  Se apoyaba por los “jefes de sección”, otros estudiantes que tenían misma “jurisprudencia” que el inspector, pero en sus salas de clase. El no cumplimiento de la normativa interna, derivaba en puniciones acordes a la época, que partían desde la imposibilidad del descanso a la sanción física, y que, dependiendo del tipo de falta; ascendían progresivamente en su severidad.

     Ello está dispuesto en el reglamento de la siguiente forma:

Art. 18º Para reprimir las faltas que comentan los alumnos, se hará uso de las penas siguientes: 1.a privación de descanso o detención en el Colegio después de las horas de trabajo: 2.a privación de descanso o detención o arresto con tarea extraordinaria; 3.a plantón: 4.a postura de rodillas: 5.a. guante: 6.a separación o exclusión provisoria del Colegio: 7.a expulsión. (Anales de la Universidad de Chile [AUCH, 1845] En: Aracena, R. Cien años de Vida.  p. 20)

     Por último, la aprobación y promoción escolar era por medio de la rendición de exámenes en cada ramo, existiendo los parciales o totales. Los primeros, se “exigirán a los alumnos para pasar de una clase a otra superior, y se tomará por el Director y los profesores. Los exámenes totales “que abrazan a todo un ramo, deben rendirse a lo menos, debiendo ser tres de los individuos de la Junta Provincial de Educación”. En los dos casos los exámenes duran media hora. Esta misma junta de firmar las partidas de los exámenes.

     De esta forma, la instalación del Liceo, es un proceso incipiente, tímido por su poco impacto inicial, condicionado por un entorno aún precario en la comunidad.

La proyección del Liceo se da en un escenario convulso. Valdivia era una ciudad castigada por Santiago tras la independencia, y había quedado diezmada en lo económico, social y cultural. Con una autoestima en el suelo, sus elites sufren por treinta años la postergación y el desprecio del centro. Así, “los sobrevivientes del antiguo grupo social, por la pérdida de sus antiguos privilegios y el abandono en que los deja la capital, se encuentran en 1850 numérica y económicamente disminuidos; la colonización alemana les devuelve, lamentablemente no por mucho tiempo, la vitalidad perdida en 1820; además es una inyección de amistad, dinero y sangre” (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 718).

  Compuesta por familias descendientes del antiguo imperio español, la elite local era parte de una ciudad que fue administrativamente relevante para la Corona. Haber sido el “Antemural del Pacífico”, constituyó una subjetividad en este grupo que aun preservaba. Entre aquellas prácticas y representaciones que mantenían, está la relacionada con el servicio público. Esta función era percibida como una obligación frente a la sociedad, lo que los hace representarse como portadores de una misión. El ocupar cargos como Intendente, Alcalde o Regidor, debe hacerse con “señorío” señala Guarda. Así, su instrucción, se caracteriza por tener “poca especialización intelectual, y […] científica”, porque no era necesario más.  De ahí por tanto que la función burocrática era vista como una ocupación de prestigio, que, “adornada por el honor inherente al servicio a la ciudadanía y el estado” (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p.725), no había variado durante la era “portaliana” respecto al periodo colonial. Y ello ,inhibía el riesgo y el desarrollo de un pensamiento acorde con lo que exigía la República. De esta forma, la educación al interior de las familias, como también la impartida por los insuficientes colegios que había a la fecha, no los facultaba para “aventurarse en la creatividad que brinda el momento, y qué tan bien aprovechan los alemanes” (Guarda, p. 725). Por tanto, Hacia 1850, la juventud de aquella elite estaba totalmente desprovista de los conocimientos más básicos, a diferencias de sus padres, instruidos en el seno de la administración española, lo que explica en parte porqué el Liceo y su plan de estudios no tuvo ni hizo sentido en la elite local.

      Si bien el Liceo llega tarde para Guarda, su función será central en cuanto a institución formadora de las futuras elites locales.

 

    El director en los primeros años del Liceo (1845 a 1852) fue José Ramón Elguero, con Blas Roldán como preceptor y Rudolfo Amando Phillipi como segundo rector. Médico, nacido en Argentina, escapó de la tiranía de Rosas, y se formó en el IN; misma institución donde dicto clases de humanidades. Guarda lo describe como un hombre muy culto, siendo su círculo de amistades de “elevado nivel cultural”, lo que es llamativo, por como describe la elite criolla. Es de los pocos eruditos que se pueden considerar parte de ese grupo. Su rectorado, de siete años, no tuvo la regularidad en el funcionamiento de las clases, por tanto, no se pudo aplicar el Plan de Estudios propuesto por Sanfuentes. Con muy poca matrícula, Elguero propuso cerrar el Liceo, cuestión que no fructificó, pero si se llegó al acuerdo de que las clases sean impartidas por el rector y un profesor, subiéndoles los salarios (Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 23-24) a estos. Cuando este es electo diputado por Valdivia, el Liceo casi no pudo  funcionar en 1852.

     En 1853, asume como rector Rudolfo Amando Phillipi. Si bien estuvo sólo cinco meses en el cargo, su nominación manifiesta el progresivo vínculo del Liceo con la cultura ilustrada traída por los alemanes más sabios. Tuvo pocos recursos, escasos libros, y la suma de 20 alumnos. Cuando es llamado por el gobierno, se va a Santiago.

     Para Guarda, es este el aspecto central de la incorporación de los alemanes en la ciudad, su aporte cultural, que así describe:

Acaso el mayor efecto de la colonización alemana se produce, no como se supone corrientemente, en el plano económico, sino en el cultural; el cúmulo de nombres que así lo indican confirman esta apreciación: a ello se suma la elite de descendencia española (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia  p. 612).

     Es en misma tónica que Eugenio Boeck, antiguo fraile benedictino nacido en Augsburgo, que luego de hacerse protestante se casa para radicarse en Valdivia, fue profesor cuando Philippi era rector. Ejerció dicho cargo entre 1853-1862. Ya en el primer año de su gestión, en 1854, el gobierno decretó un nuevo plan de estudios que “guardara más relación con las necesidades de la industria; de la agricultura y del comercio, que eran las principales actividades a las que se dedicaban los habitantes de la provincia” (Aracena, R.  Cien años de Vida, p.29). El plan era de cuatro años, los primeros tres cursos tenían 24 horas semanales, y el cuarto año 21 horas. Pese a los esfuerzos manifiestos por atraer mayor matrícula, el Liceo no adquirió un mayor desarrollo. La vida que llevaba era lánguida, y el alumnado, no manifestaba mayor interés para asistir a clases. Sumando a ello, los recursos económicos de que disponía el Liceo eran muy reducidos (Aracena, R.  Cien años de Vida, p.30).

     Probablamente el problema haya estado en que el Liceo aún no tenía sentido en la comunidad local. Y una de las causas estaba en que las modificaciones al Plan de Estudios no fueron muchas. A ello hay que agregar, que los recurso seguían siendo pocos. El presupuesto en 1858 era de 1500 pesos: 750 para el sueldo del rector, 410 para el profesor, y 144 para el arriendo del inmueble. Tomando en cuenta que la Escuela Alemana, fundada en 1858 por Carlos Andwandter, tenía presupuesto de 600 pesos para la instalación, 3750 pesos para el edificio, y 174 pesos para gastos mensuales (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 606), las condiciones materiales se expresaban diametralmente desiguales entre el Liceo y la institución germana. De hecho, la Escuela Alemana contaba con 84 alumnos a la fecha.

    Así, el “poco interés” probablemente está asociado a que el proceso de escolarización propuesto por la República no hacía sentido en la elite local, que aun conservaba algunos resabios coloniales. Por tanto, la propuesta del Estado no lograba transmitir la utilidad de un currículum donde el latín era el eje de los procesos de aprendizaje. Y tampoco, se comprendían los significados que había detrás del Liceo como institución, es decir, de educarse para una ciudadania virtuosa en los saberes clásicos. Por otro lado, los difíciles accesos en las zonas australes, sumado a un clima frío, húmedo y lluvioso, dificultaba cualquier esfuerzo del Liceo por servir como instrumento de instrucción y difusión de las prácticas y representaciones del liberalismo propuesto desde Santiago.

     Con todo, Valdivia hacia 1854 tenía una población de 2.506 habitantes y con un nivel escolarización por sobre el promedio de la República: un estudiante cada treinta y ocho habitantes, siendo la media nacional uno cada cuarenta y siete habitantes (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p.598). Del total, 1549 habitantes eran analfabetos, 343 alemanes leían y escribían, y 614 criollos estaban en la misma condición. Sumando a alemanes y criollos, el 38% de la población estaba alfabetizada en Valdivia (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 589). Por otro lado, el Censo del mismo año registra que en Chile el nivel de alfabetización en lectura era de un 13,4%, y el de escritura, un 9,4%. Sumando a lo ya dicho, hacia 1859, en la provincia había una escuela de primeras letras cada 201 niños siendo la segunda con mayor cantidad después de Chiloé. Lo anterior hace suponer dos cosas. La primera es que la comunidad de Valdivia que era parte de la antigua colonia española, tenía internalizada una forma de cultura escrita que asociaba a los sentidos articulados por el Imperio. Y lo segundo, es que la llegada de los alemanes, engrosa el número de población alfabetizada respecto a la medida nacional, siendo que los sentidos de esta eran diferentes. Con una ética del trabajo protestante, y una relación con el conocimiento más práctica, es posible ver un caso excepcional donde dos formas de la cultura escrita se encuentran, creando, en el ceno del Liceo, prácticas y formas de organización particulares.

     En 1862 asume Emilio Fernández Niño, “prestigioso vecino” que estará a cargo del Liceo hasta 1886. Su empeño estuvo en buscar un lugar para que el Liceo funcione, arrendando en 1865 la casa de doña María Antonia Aburto. De una matrícula que rodeaba a los 20 alumnos desde su fundación; hacia 1865, la matrícula llegaba a 45. Los inicios de su periodo comienzan marcados por los conflictos internacionales. La necesidad de reafirmar una identidad republicana e intencionada en todo el país por parte del Estado, lleva a que el Liceo tome una postura en torno a la guerra que Chile libraba con España en 1865. Dado el sentido de este conflicto, traducido por la clase política chilena como una agresión a la independencia de la República, y por tanto, un ataque colonialista, la comunidad de funcionarios del Liceo decide donar el 10% de su sueldo para la causa. Sus estudiantes, no queriendo quedar atrás, organizan una recolección de dinero con el mismo fin. El Intendente de la época, García Reyes, destaca esta iniciativa en una nota enviada al rector. En ella agradece el gesto “patriótico”, “haciéndoles presente que sus nombres quedarán inscritos en el Gran Libro de la Patria” (Aracena, R.  Cien años de Vida, p 32).

     Por otro lado, en este periodo se da inicio a la constitución de la Biblioteca. Este hito es considerablemente relevante tanto por el esfuerzo de Fernández, como también por el significado y trascendencia que tendría esta iniciativa. El rector, da inicio a la empresa y comienza por pedir “libros al ministerio, a la Intendencia, a la Municipalidad y a los particulares” (Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 33). Pero fue la supresión en 1865 de la antigua biblioteca, “la departamental” o “popular”, como era conocida, que contaba en 1861 con 4.348 libros, y única sobreviviente de la guerras de independencia de 1820 -ya que todas las otras fueron destruidas-, el gran acontecimiento para su creación, ya que toda esa colección pasa a la biblioteca del Liceo. A ello hay que agregar, que en 1867 la biblioteca del departamento de la Unión también es suprimida, yéndose esa colección al Liceo. Posteriormente, en 1868, Benjamín Vicuña Mackenna realiza una donación de sus obras (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 612) a la Biblioteca, dado el vínculo que había generado con una parte de la elite local.

     Pero los esfuerzos continúan y en

1873 [la biblioteca] tiene 650 volúmenes, al año siguiente se encargan obras a Europa, pero en 1876 se le quita el presupuesto, siendo descrita como un salón de dos ventanas, ‘dos magníficos estantes, otro regular, y una docena de sillas y asientos de junco, una mesa de escritorio”, y 653 volúmenes fuera de los mapas; […] con otros 753 volúmenes donados por Vicuña Mackena, Diego Guzmán Irrarázaval, Santiago Lindsay, Francisco Echaurren Huidobro y Ramón Sotomayor Valdés, su dotación va en 1.416 en 1894 , en 2844 (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 611-612).

     Este periodo de intensa recolección de obras hace de la Biblioteca, la de mayor volumen en la zona, a la que le sigue la de la Escuela Alemana con 260 obras. Y además, la convierte en el gran depositario de la cultura escrita, tanto del pasado colonial de la zona, como también, del presente republicano de la provincia, y probablemente del sur de Chile.

     En cuanto a la organización interna del Liceo, dos cuestiones son importantes. La primera es que en 1867 y después de 22 años, se crea el cargo de inspector; función antes delegada a un estudiante de confianza del rector. Y lo segundo, es que entre 1866 a 1868, comienza en sus precarias condiciones a tener cierta regularidad. Con tres cursos de humanidades y matemáticas, en 1869, se modifica el plan de estudios del año 1864, porque en la práctica “no era lo más conveniente para el establecimiento”:

Con el objeto de remediar esta situación el intendente de la provincia nombró una comisión de prestigiosos vecinos a fines de 1869 para que estudiara el régimen interno del Liceo y propusiera al ministerio, las reformas que estimen conveniente introducir en dicho plan de estudios. Esta comisión quedó formada por el rector del Liceo, el alcalde don Ma Adriazola, don Carlos Andwanter, don Carlos Meyer, don Ernesto Frick  y don Hermógenes Pérez de Arce.” (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 33.)

    El plan fue finalmente elaborado por el rector, e intentó atender a las necesidades del comercio, la agricultura y la industria. La propuesta fue rechazada desde la intendencia, pero el texto sirvió para la creación de un plan de estudios un año después, en 1870, “el cual establecía un curso especial de 4 años de duración, suprimía el curso de Matemáticas que se había creado en 1866 y dejaba subsistentes los tres primeros años de humanidades”. Ya no se enseñaba latín, y buscaba darle uniformidad a los contenidos estudiados en la educación secundaria. De hecho, “ese año escolar fue muy satisfactorio”.

     Las críticas al plan de estudio propuesto en 1843 vinieron principalmente de las provincias (Cruz, 2002), en tanto que este no cuajaba con las características de las comunidades donde se aplicaba, y como se vio antes, no tenía sentido para Valdivia. Así, y después de una serie de decretos, la reforma del año 1872 elimina el latín, y es un paso decisivo para que el Liceo pueda tener mejor desempeño en la ciudad (Aracena, R. Cien años de Vida, p. 34). El impulso de la colonia alemana al desarrollo de los procesos de instrucción, fuerza a que los conocimientos prácticos, la “educación útil”, como se le llamaba en aquella época, se incorporara antes al Liceo. En ese sentido es que nivel nacional, la implementación de la Reforma durante la década de 1870 fue de forma gradual.

     Así, y como se dijo anteriormente, el rector tuvo especial atención en apropiarse de los conocimientos portados por la colonia alemana que modelaban con fuerza la vida social y económica de la provincia. Por eso es que mandó a buscar desde Europa, material para la enseñanza de la física y la química. Se instala  con ello el primer gabinete de este tipo que tuvo el Colegio, y cómo destaca Aracena, fue de mucha utilidad para el desarrollo de la ciudad. El profesor a cargo de impartir estos conocimientos fue Ernesto Frick, quien desde 1870 comienza a dictar la cátedra, y además a escribir mientras fue profesor, un “Tratado de Química Industrial”, de mucha mucha utilidad para los estudiantes.  Posteriormente, en 1877, deja de hacer las clases Ernest Frick, y lo releva su hermano Guillermo, insigne colono. Guillermo, además de impartir clases, comienza a hacer observaciones meteorológicas que son enviadas a Santiago, lo que da cuenta, de como el Liceo progresivamente comienza con una incipiente producción de producción de conocimiento científico.

     Hacia 1881, la matrícula ya alcanzaba los 82 alumnos. El personal administrativo estaba compuesto por el Rector, el bibliotecario, un inspector y un escribiente. Había tres cursos de humanidades y uno de preparatoria. Dos años después, se fija una planta del profesores donde se instituía el profesor de especialidad, y “los profesores de curso”, lo que hoy son “los profesores jefes”.

     En 1885, finalmente es asignado al Liceo un edificio propio de propiedad fiscal. El antiguo “Cuartel de Cívicos”, en calle Picarte con García Reyes, albergaría a la comunidad escolar hasta 1927, cuando se va a su última casa antes del terremoto de 1960. El reciento ocupaba una “área de 4982 mts 2. Tenía dos patios. [Una] Superficie de los patios de 1433 mts.2. […] 14 salas con una superficie de 657 mts. 2, y  capacidad para 250 alumnos”:

“[…] enteramente inadecuado para el Liceo, las salas son escasas y no hay donde colocar la Biblioteca para que preste servicio al público, no tiene una sala de conferencias y carece de instalaciones de luz, caloríferos y desagües”. (Copiador de oficios n°14. 1903-1910, p.8. En Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 45).

     Las causas del cambio están en los constantes reclamos que el director y sus profesores hicieron a las pésimas condiciones en que funcionaba en el antiguo edificio. Un comunicado que fue enviado por el cuerpo de profesores al rector da cuenta de ello:

Valdivia, julio 30 de 1885. Sr. Rector:

El peligro inminente que amenaza nuestra existencia y la de los jóvenes educandos, con motivo del estado ruinoso en que se encuentra el edificio ocupado por el Liceo, nos coloca en el imprescindible deber de concurrir a Ud. para manifestarle que nos es imposible hacer clase en los días de temporal, que son, como Ud. sabe tan frecuentes en la ciudad. […]

Cuando un peligro nos amenaza; cuando nos vemos, de un día a otro expuestos a ser víctimas, no es posible exigir la necesaria atención de parte de los alumnos en cuyo semblante se nota el pánico cada vez que el edificio se siente crujir. Como pudiera creerse que el miedo nos hacer ver inminente un peligro que para algunos puede ser aparente, nombre una comisión de peritos de personas honorables, de individuos que pospongan los intereses mezquinos al bien de la juventud, y se verá que profesores y alumnos, pueden quedar, el día menos pensado, bajo las ruinas del edificio. Dios gue. a Ud.Firman los profesores: Cesáreo Icarte, Amado Testam Juan F. Niño, Adeodato Puchi, Desiderio Adriazola, Hermenegildo Jaramillo, Adolfo Heinze y Guillermo Frick. (Archivo del Liceo Tomo 3.o; años 1880 a 1887, En:  Aracena, R. Cien años de vida, p. 37).

     Lo dramático de esta narración pone de manifiesto la precariedad de la escuela pública chilena en las provincias. Una realidad que no se condice con el relato de progreso que traía consigo la cultura escrita republicana, ya que su promesa, no se articula con los escasos recursos disponibles.

 

    De esta forma, la inquietud y voluntad local por tener un establecimiento que entregue una educación pública secundaria con las características que la República había definido, hizo sentido a la comunidad, principalmente después de que el plan de estudio tuviese relación con los procesos locales. Por eso, es que los vecinos de Valdivia ven la necesidad de que el Liceo esté a la altura de la misión que se le encomendaba el Estado a pesar del abandono. Esto significa, tener una institución representativa del poder central superando los resabios coloniales. Este proceso se da en varias comunas de Chile, donde fueron los vecinos quienes tuvieron el interés porque las escuelas pudiesen funcionar adecuadamente, articulando una educación co-financiada con los municipios,  compartiendo el gasto en recursos para arriendo y pago de profesores durante todo el siglo XIX. (Serrano, S; León, M; Rengifo. Historia de la Educación. Aprender a Leer y Escribir (1810-1880) Tomo I [Santiago: Taurus, 2013] p. 160-169).

    Pero además de ello, el Liceo no solamente sería un lugar para la instrucción pública, sino un espacio de múltiples funciones. Un lugar donde habitan las personas más cultas de las elites criollas y alemana; reservorio, del pasado y presente del saber occidental a través de su biblioteca; y también, germen del desarrollo del conocimiento racionalmente articulado en el sur de Chile.

     Así, Guarda caracteriza al Liceo como un espacio de socialización que hace posible que se den todos los procesos mencionados:

El Liceo constituye un lugar de encuentro de destacadas figuras del pensamiento: Emilio Fernandez Niño, es un buen escritor, autor de publicaciones del ramo, y Cesário Icarte, de las matemáticas, además tiene una actividad de extensión que contribuye al enriquecimiento de la vida cultural: desde 1894 ofrece cada dos meses conferencias públicas; en 1910 se organiza un ciclo de cursos para el profesorado, impartido por eminencias como Johow, Lenz, Zieglero Man; de 1929, data la academia de filosofía. En el momento de optar por la Universidad, llama la atención la preferencia de los jóvenes chilenos por la abogacía” (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 612).

     Finalmente, este primer periodo del Liceo merece que el trabajo de Emilio Fernández Niño sea reconocido por lo que representa su rectorado. El haber sido capaz de articular el conocimiento que portaban los colonos más sabios llegados de Alemania con la comunidad local, es un esfuerzo que en el seno del Liceo, permitió el desarrollo de una cultura del conocimiento que incorporaba las propuestas pedagógicas germánicas, a los sentidos que el poder central le quería dar al proceso de escolarización secundaria, y que son apropiados por los vecinos de la ciudad.

     Interesante es notar que a pesar del proceso descrito más arriba, los estudiantes que se graduaban del Liceo optaban preferentemente por carreras como la abogacía. Destacan entre ellos, Manuel Carvallo de la Guarda, quien fuese ministro encargado de negocios en Bélgica, y José María Barceló Carvallo, Ministro de Justicia en 1871 y Presidente de la Corte Suprema en 1889 (Guarda, G. Nueva Historia de Valdivia, p. 612). Ello denota que a pesar de las peculiaridades que constituyen al Liceo, la institución cumplió con los objetivos impuesto por el centro, y forma ciudadanos virtuosos para la conducción del país nivel local y nacional.

Los últimos años del siglo XIX parecen marcar el comienzo de una etapa diferente. La llegada de Guillermo Frick al cargo de director del Liceo, se entiende como un esfuerzo por superar las dificultades de años anteriores. Con un rector tan relevante para la comunidad valdiviana, agente directo del proyecto estatal en el sur, y  incluso,  conocido como “el más chileno de los alemanes”, su nominación puede ser leída como la determinación estratégica del Estado, por fortalecer institucionalmente al Liceo, e incorporarlo de facto al proyecto republicano en la provincia.

     Debido a ello, el Liceo pasa a ser una pieza articuladora del sentido de cohesión de la comunidad local. La nueva comunidad imaginada que se construía, de la mano de la llegada de los alemanes a Valdivia -vistos como agentes de occidentalización y progreso-, necesitaba que la integración de los colonos se haga efectiva más allá de lo productivo, y sea parte del alma y la cultura de la República. Así, es el Liceo el espacio para que se den esos procesos de diálogo cultural.

     De esta forma en 1887, la vida interna del Liceo alcanzaba la matrícula 126 estudiantes. Con un curso preparatorio, tres de humanidades, y clases sueltas para quienes no tuvieran interés por los estudios humanistas, cuestión muy común en los liceos provinciales. En 1890, el Consejo de instrucción Pública decide poner en vigencia el primer año de humanidades, y a contar desde el año siguiente, un plan de estudios aprobado el 19 de enero de 1889 (Aracena, R.  Cien años de Vida, p.41) que introducía el sistema concéntrico en el establecimiento.  Pero la guerra civil de 1891, obligó a que las funciones del Liceo se detuvieran, cediendo el recinto al Batallón Movilizado de Valdivia.

     Tras el fin del conflicto nacional, entre 1892 y 1897 -periodo en el que Felix Emilio Lillo dirigió el Liceo-, comienzan a funcionar las clases concéntricas como lo establecían las directrices nacionales de 1893. Con 200 alumnos, este rector se enfocó en mejorar el mobiliario del Liceo. El espacio físico, siempre defectuoso, se tradujo en que la preocupación por su mantenimiento y mejora no dejara de ser prioridad. Al haber sido el Cuartel Cívico de Valdivia hasta 1885, es decir, el inmueble que albergaba a la policía civil de la época, y que según las fuentes, aun mantenía en el lugar las cabellerizas lo que generaba malos olores, transformó en prioridad del rector, mejorarlo y adecuarlo para una mejor distribución del tiempo con motivo de la implementación del sistema concéntrico y seriado. Las modificaciones fueron estructurales, lo que permite afirmar que el Liceo finalmente se organizaba como un dispositivo que racionaliza los procesos pedagógicos conforme al fenómeno educativo occidental con más holgura que años anterior.  Así

“[Se] cambió totalmente [su] distribución, se construyeron dos nuevas salas de clases, y se abrieron nuevas puertas y ventanas a fin de dejarlo en buenas condiciones de luz y ventilación. El corredor interior fue ensanchado para que sirviera de patio cubierto y permitiera también el funcionamiento de las clases de gimnasia. Inicialmente se niveló el patio interior y se hicieron dos jardines frente la calle picarte.” (Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 44).

    Con una matrícula regular que superaba los 200 estudiantes, en salas cómodas, y material pedagógico apto para el desarrollo de los aprendizajes, el Liceo se vuelca hacia la comunidad valdiviana. Y con ello, comienza a cumplir una de las funciones delegadas por el centro: ser un dispositivo de difusión de los valores de la cultura occidental del siglo XIX en los territorios de la periferia chilena.

     La constitución de una comunidad con características definidas, vale decir: un cuerpo de estudiantes -compuesto principalmente por hijos de padres dedicados a la industria, la agricultura y el comercio, es decir, una matrícula de grupos medios urbanos y rurales-; un personal administrativo que lo integraban, “además del rector, un inspector 2.o, dos inspectores 3.os, un escribiente bibliotecario [y un] profesorado [de] 24 personas”; y por último -cuestión fundamental para todo agente difusor de la cultura escrita-, una biblioteca robusta, autoriza a afirmar, que se está en presencia de una cultura escolar. Es decir, de un conjunto de prácticas y representaciones articuladas en el seno de una comunidad escolar y sedimentadas a lo largo del tiempo. Tras ello, la estrategia para  iniciar la difusión de esas prácticas y representaciones, comenzó con conferencias públicas dictadas cada dos meses; cuestión que durante el siglo XX tuvo expresiones por medio de “Extensión Cultural”, y la revista escolar “Cultural”.

     Esta cultura escolar constituida, incentiva al rector a escribir a las autoridades centrales en una memoria al Ministerio en 1895, una solicitud para elevar el Liceo a la categoría de primera clase, y que finalmente se completara las 6 humanidades, “medida que estimaba de justicia … atendiendo a la importancia de la ciudad, a la actividad de sus habitantes, el desarrollo creciente de su comercio y de sus industrias y sobre todo, por su situación geográfica, llamada a servir los intereses de la juventud en toda la región austral del territorio” (Aracena, R.  Cien años de Vida, pp. 44-45).

 

     La solicitud no fue acogida. En 1895 se creó el 4° año de humanidades, y solo en el segundo cuarto del siglo XX, el Liceo pasará a ser de primera categoría. Pero las representaciones que se construyeron al interior del Liceo, y las subjetividades que habitaban a la comunidad, ya lo ubicaban como una institución a la altura de las exigencias de la República, y al compás del desarrollo económico de la ciudad. Era la institución difusora y creadora del conocimiento occidental en la provincia de Valdivia, y por tanto, la decisión de no elevar a la institución, no hacía más que reforzar la tensión entre  centro y periferia.

     El cambio de centuria ubica a Antonio Córdova (1897 y 1916) como rector. Su trabajo, se inserta dentro de los objetivos que el gobierno central intentaba materializar: fortalecer la educación pública en todo el territorio nacional, y consolidar los liceos de las capitales provinciales. Pero la voluntad era una cosa y la materialización de esta era otra, y el problema material del inmuebles donde habita el Liceo, no deja de perseguirlo.

 

     Así, el Liceo ve inevitable su deterioro con el paso del tiempo. La humedad, la lluvia, y el frio -a pesar de los esfuerzos del anterior rector por mantenerlo en buen estado-, dejaron al establecimiento en malas condiciones. Córdova solicitó al Ministerio recursos para la creación de un edificio nuevo; de dos pisos y con capacidad para 500 estudiantes, en el entendido de que estas dificultades ponían cuesta arriba el desarrollo de los aprendizajes, y además, no atendían al aumento de la demanda por matrícula. Nuevamente, los esfuerzos fueron infructuosos y la solicitud no fue acogida” (Copiador de Oficios N° 14. 1903-1910, p. 132. En: Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 45).

 

     Comenzando el 1900, y dada la alta demanda por matrícula, Córdova pide que se aumente el personal, y la creación de otro 1° año de humanidades. Se incorporan al plantel tres docentes pero el otro curso no fue creado:

Es [muy difícil] hacer un buen servicio con solo dos inspectores como los que ahora tiene el establecimiento. La sala de castigos para que llene su objeto, como Ud. sabe, necesita un empleado que sea capaz de ayudar a los alumnos en sus tareas y es imposible encontrar aquí empleados cuyos conocimientos sean satisfactorios para este fin. Además de la sala de castigos se les impone la tarea de cuidar durante todo el día de sus alumnos. (Copiador de Oficios 1903-1910, p. 86. En: Aracena, R.  Cien años de Vida, p.49).

     Así, el interés del Rector de elevar el estándar del Liceo y “darle el sitial que merecía” a nivel local y nacional, no tuvo la reciprocidad necesaria desde Santiago.

 

     En este ambiente de carestía que envolvía a gran parte del país, y, la voluntad del Estado por fortalecer los liceos provinciales -pero que no tenía una respuesta en los hechos-, los ecos de una narrativa de educación pública se van a manifestar no por la cobertura, sino por la difusión de sus representaciones, las que van a tener un profundo impacto en la ciudadanía, que harán del Liceo el medio para el ascenso social (Serrano, S. El Liceo, [Santiago: Taurus, 2018 ]).

 

    La Biblioteca, que progresivamente fue agrandando su catálogo con obras relevantes, sirvió para articular esas representaciones. El inventario registrado por Aracena muestra que entre fines del siglo XIX y comienzo del XX, el Liceo tenía en su colección abundante compuesta por:

                                                                                                                  (Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 51-52).

    Por otro lado, la relevancia del Liceo a nivel local en el desarrollo científico, tendría su alcance en la instalación del primer observatorio meteorológico de la ciudad que no dependiese de la iniciativa privada de los colonos. Fue construido a solicitud del Estado,  siendo el séptimo en ser creado en 1902, después del fundado en 1852 por Carlos Andwanter (Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 52). La estación climatológica contaba con los siguientes instrumentos: 1 Barómetro de Cary; 1 Barógrafo; 1 Barómetro de corrección; 1 psicrómetro; 1 higrómetro; 1 termómetro; 1 evaporímetro; 1 pluviómetro, 1 anemómetro (Aracena, R.  Cien años de Vida, p. 52).

    Por otro lado, la ciudad de Valdivia por esos años experimentaba -contrariamente al escenario nacional- el auge de sus actividades económicas. La llegada de los alemanes a la ciudad a mediados del siglo XIX promovida por el Estado, y el decisivo rol que tuvieron los colonos en el desarrollo industrial, estímulo la industria y el comercio, modificando algunos aspectos relevante de la ciudad que la dota de rasgos modernos y “europeos”. Es por ello que el Rector solicita a los visitadores de la Universidad lo siguiente

[...] la creación en esta ciudad y adjunto al liceo, una cátedra de química aplicada  la industria. [Se] envió además un plan de estudios y programa redactado por un distinguido químico y profesor de la ciudad, don Alfredo Honorato. [Se] Propuso además la creación de la clase de Teneduría de libros, tan necesaria para satisfacer las necesidades y exigencias comerciales. Desgraciadamente ni uno ni otro de sus proyectos pudo realizarse (Aracena, R.  Cien años de Vida, p.53).

 

     El escaso interés del gobierno central en crear un currículum acorde a las características geográficas, económicas, y sociales de la zona; es una omisión deliberada que posiblemente responda a dos cosas. La primera, es para no perder control de los procesos educativos en las provincias. Y lo segundo, responde a las representaciones que Santiago ha articulado históricamente sobres las regiones australes: zonas ajenas al progreso y dependientes de sus disposiciones, obviando que Valdivia por esos años vivía una pujante actividad económica.

 

     Finalmente, un hito importante se comienza a gestar en este periodo: el control de exámenes de  los establecimientos de educación secundaria privada. Ello consolida el rol central del Liceo en el desarrollo de la educación pública secundaria de la ciudad, lo que es descrito de esta forma:

Ya desde 1902, la Escuela Alemana, creada en 1858, solicitaba se recibieran exámenes válidos para poder incorporarse a los colegios del Estado. En 1910 se pide autorización al rector de la Universidad para tomar exámenes a varios niños del Instituto Salesiano de esta ciudad. Lo mismo ocurre con las niñas del Liceo fiscal. De esta manera el Liceo fue asumiendo la responsabilidad y el privilegio del control de exámenes en la ciudad de Valdivia (Aracena, R.  Cien años de Vida, pp. 53-54).

     El periodo de Córdova finaliza con el siglo XIX. Importante es señalar, que la lectura que hacemos de la historia del Liceo comprende como siglo XIX, la propuesta cronológica de Eric Hobsbawn de 125 años, que comienza 1789 con la Revolución Francesa, y termina en 1914 con el inicio del a Primera Guerra Mundial.  

 

    La etapa que sigue, será enfrentada de acuerdo al contexto en el que se insertaba. El auge de las clases populares y su incorporación a los procesos políticos, sumado al profundo cuestionamiento al Estado liberal-burgués, matriz fundante del Liceo, además de la inquietud social frente a la “cuestión social”, serán el “caldo de cultivo” para el germen de una cultura escolar volcada hacia la expansión de lo público.

 

     De esta forma, esta primera etapa finaliza con una  matrícula que alcanza a 220 alumnos en 1916, manteniendo una tendencia que se arrastraba desde 1880, aunque no exenta de fluctuaciones, que lo hicieron oscilar entre 144 a 237 estudiantes.

El Liceo de Valdivia inaugura la incorporación de la ciudad al proyecto republicano nacional. Su instalación, marca la intención de crear una institución de instrucción secundaria en la forma y fondo del Instituto Nacional, pero adaptando el Plan de Estudios de 1843 a la comunicad local. El fracaso de los primeros años, estuvo en la poca utilidad que la alicaída elite criolla veía en el currículum; sumado a los escasos recursos destinados por el Estado al proyecto educativo, y la paupérrima situación económica, cultural y social de Valdivia en 1845. Formar ciudadanos virtuosos en los saberes clásicos, no tenía ningún sentido en tierras abandonadas como estas. Así, la paulatina incorporación de un grupo de los colonos alemanes desde 1850 -aquellos más sabios y que prestaron grandes servicios al Estado Chile-, significó, la apropiación de los saberes y prácticas que ellos portaban, previo a la llegada de la Pedagogía Alemana al sistema escolar chileno; y la disposición del poder central de incorporar a la ciudad de Valdivia al proyecto de República que encabezaban las elites centrales.

 

     De esta forma, durante la segunda mitad del siglo XIX, el Liceo fue uno principales espacios de convivencia de las elites intelectuales criollas y alemanas. Su vinculación, permitió el desarrollo de una actividad escolar que intentó cumplir con la función de, ser un dispositivo de creación, difusión y reproducción de las prácticas y representaciones de la República, y, una escuela que forme estudiantes capaces de portar los conocimientos que exigía el desarrollo local. Pero además, dar cuenta de la valiosa función de ser depositario del patrimonio público de la cultura escrita colonial y republicana con su Biblioteca. Así, la veta del Liceo, su rol en el contexto liberal decimonónico, haría que hacia finales del siglo XIX, se comience a externalizar el trabajo desarrollado en su interior. Charlas de figuras de la ciencia y la literatura, investigación científica encomendada por el Estado, y la preservación y expansión de la Biblioteca -y bregar porque sea pública-, harían del Liceo, el principal mecanismo de desarrollo y difusión de la cultura escrita en la ciudad. Lo anterior no hubiese sido posible, sin la consolidación de una cultura escolar. Republicana, con tensiones que expresaban la necesidad de tener mayor autonomía del centro -un currículum acorde la ciudad-, pero forjadora a los dirigentes para la República, y queriendo siempre, tener la dignidad y el reconocimiento que decía merecer, permitiría consolidar su prominente desarrollo, a pesar de las dificultades puestas por el centro.